Las luces de los coches han evolucionado significativamente desde el siglo XIX, reflejando avances tecnológicos que han mejorado la seguridad y el diseño de los vehículos. En los primeros automóviles, las luces eran muy rudimentarias. A finales del siglo XIX, se utilizaban faroles de aceite o carburos de acetileno, que ofrecían una iluminación tenue e ineficiente. Estas primeras luces dificultaban la conducción nocturna.
En los años 1910 y 1920, con la popularización de la electricidad en los automóviles, las luces eléctricas reemplazaron a los antiguos sistemas de aceite y gas. Aunque aún limitados en alcance y potencia, proporcionaban una iluminación más constante y confiable.
El siguiente gran avance llegó en los años 60 con la aparición de las luces halógenas, mucho más brillantes y eficientes que las luces incandescentes anteriores. Estos permitieron una mayor visibilidad y durabilidad, consolidándose como el estándar de la industria durante varias décadas.
A principios del siglo XXI, la introducción de las luces LED y Xenón revolucionó el sector. Estas tecnologías no solo ofrecían una iluminación mucho más brillante y con mayor alcance, sino que también eran más eficientes energéticamente y duraban más tiempo. Los faros LED, en particular, han permitido diseños más delgados y estéticamente atractivos para los coches modernos, a la vez que mejoran la seguridad.
Hoy en día, los avances más recientes incluyen los faros láser, que proporcionan un haz de luz aún más concentrado y potente, mejorando la visibilidad a mayores distancias sin deslumbrar a los conductores que vienen en dirección contraria.