Capítulo 2: La visita del espíritu del pasado
Jaime dormía inquieto, arropado hasta las orejas, pero incapaz de escapar del frío que parecía haberse instalado en su alma. Su sueño era liviano, interrumpido por imágenes borrosas de campos dorados y risas lejanas, hasta que una ráfaga de viento hizo que el cristal de la ventana tintineara. Abrió los ojos de golpe, y allí, en el umbral de su habitación, vio una figura que no podía explicar.
Era alta y estaba envuelta en una luz cálida, como el sol de la primavera que tanto extrañaba. Su rostro, aunque borroso, irradiaba bondad y fuerza, y su voz, cuando habló, resonó como si viniera de todos los rincones de la casa.
“Jaime”, dijo el visitante, “soy el Espíritu de las Cosechas Pasadas. He venido a mostrarte algo que has olvidado.”
Jaime se incorporó en la cama, dudando entre el miedo y la curiosidad. “¿Esto es un sueño?”, preguntó, aunque en el fondo sabía la respuesta.
El espíritu no respondió, pero extendió una mano luminosa hacia él. Sin saber cómo, Jaime sintió que estaba siendo transportado. En un parpadeo, se encontró de pie en medio de un campo que reconoció de inmediato: era su finca, pero no como estaba ahora. Los surcos eran perfectos, la maquinaria relucía bajo el sol, y él mismo, más joven y lleno de energía, trabajaba con una sonrisa.
“Recuerda esto, Jaime”, dijo el espíritu mientras señalaba al joven que ajustaba con esmero las cuchillas de una segadora. “Eras cuidadoso, no dejabas que nada se estropeara. Revisabas cada pieza al final del día, limpiabas las máquinas y usabas los mejores repuestos. Sabías que el campo te lo devolvería con creces.”
Jaime observaba en silencio, sintiendo un nudo en la garganta. Había olvidado esos días, cuando la juventud y la ilusión de sacar adelante su finca le daba fuerza para enfrentar cualquier reto.
El espíritu continuó, llevándolo a un pequeño cobertizo donde el joven Jaime almacenaba herramientas perfectamente ordenadas y barriles de aceite etiquetados con cuidado. “Y cuando necesitabas algo, no te conformabas con lo más barato ni improvisabas. Buscabas lo mejor para tus máquinas, porque entendías que ellas eran tu aliado más importante.”
“Lo sé…”, murmuró Jaime, “pero los tiempos cambiaron. Todo se volvió más caro, más complicado. Tuve que elegir entre arreglar el tractor o pagar las facturas…”
“Y al hacerlo, olvidaste que el descuido tiene un precio aún mayor”, respondió el espíritu con suavidad. “Tus máquinas, tus campos y hasta tu ánimo se han resentido. Pero no todo está perdido, Jaime. Aún puedes recuperar ese espíritu que te hizo prosperar.”
Antes de que Jaime pudiera responder, el espíritu levantó una mano, y la visión comenzó a desvanecerse. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró de nuevo en su cama, con los ojos clavados en el techo.
El viento seguía rugiendo fuera, pero dentro de él algo había cambiado. Una mezcla de confusión y añoranza lo mantenía despierto. Recordó con nitidez las escenas que el espíritu le había mostrado, imágenes que hacía años no visitaban su memoria.
A su lado, Carmen dormía profundamente, con el rostro tranquilo a pesar del frío que se colaba por las rendijas. Por un momento, Jaime se sintió tentado a despertarla y contarle lo que había vivido, pero no encontró las palabras. ¿Qué podría decirle? ¿Que un espíritu lo había llevado al pasado para recordarle lo que había olvidado?
Con un suspiro, se giró hacia la ventana, observando cómo la nieve caía en silencio. Aunque su cuerpo estaba agotado, su mente no dejaba de repasar las lecciones de aquellas épocas más simples y felices. Finalmente, el sueño lo venció, aunque su descanso fue intranquilo, lleno de imágenes de cosechas doradas y máquinas relucientes.
¿Qué más le espera a Jaime?
Después de este viaje al pasado, Jaime se encuentra con sentimientos encontrados. Pero la noche aún no ha terminado… y una nueva visita le revelará algo que nunca antes había considerado.
Descúbrelo mañana en el capítulo 3, donde Jaime descubrirá cómo su presente puede marcar toda la diferencia.
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