Cosechando Esperanza.
Capítulo 1. Un invierno implacable.
El viento ululaba entre los árboles desnudos, arrastrando y elevando caprichosos remolinos de nieve sobre esos campos que alguna vez rebosaron vida y que parecían ahora atrapados en un melancólico abrazo invernal bajo el peso de un invierno especialmente cruel. El paisaje parecía congelado en el tiempo.
Y en el corazón de aquella soledad, Jaime, un agricultor de rostro curtido por los años y las temporadas, se inclinaba sobre el viejo tractor que había sido su compañero fiel durante décadas.
“Vamos, amigo, no me falles ahora”, murmuró suplicando con los labios temblorosos, viendo cómo su aliento se transformaba en vapor en el gélido aire, mientras sus dedos entumecidos luchaban por ajustar una pieza que parecía tener vida propia, retorciéndose y resistiéndose como si quisiera desafiarle.
El tractor había estado fallando desde el inicio del otoño, pero entre cosechas, jornadas largas y problemas de aquí y de allá, Jaime no había tenido tiempo para revisar a fondo la máquina. Ahora, cuando más lo necesitaba, parecía haber decidido rendirse.
En la casita cercana, una pequeña luz titilaba en la ventana. Era Carmen, su esposa, quien observaba preocupada desde la calidez de la cocina, preparando un caldo caliente que sabía sería lo único que podría consolarlo aquella noche helada.
“¡Jaime!”, llamó desde la puerta entreabierta, su voz casi apagada por el viento. “¡Déjalo ya, que te vas a congelar ahí fuera!”
Pero Jaime no se movió. Su mente, atrapada en una marejada de pensamientos y su mirada fija en el motor, con una mezcla de frustración y desesperación en los ojos. Los años habían endurecido su espíritu, pero este invierno parecía decidido a quebrarlo.
“Si no logro arreglar esto Carmen, se acabó. No habrá cosecha para vender. ¿Qué voy a decirle a la cooperativa? ¿Y a los chicos cuando vuelvan para Navidad?”
El frío era más que físico; era el peso de la responsabilidad, de las promesas no cumplidas y los sueños que parecían desvanecerse con cada aliento que formaba una nube en el aire helado.
Mientras el crepitar del fuego en la chimenea le llamaba desde la distancia, Jaime apretó los puños. No quería rendirse, pero tampoco sabía cómo seguir adelante.
El reloj del campanario cercano dio las ocho, y con cada campanada la nieve pareció caer con aun con más intensidad, cubriendo el mundo en un manto de un blanco casi irreal. Fue entonces, cuando el eco de la última campanada murió en la distancia, que algo extraño ocurrió.
Una luz tenue, como el destello de una estrella fugaz, cruzó el cielo iluminando brevemente los campos y haciendo que Jaime levantara la mirada al tiempo que un escalofrío recorría su cuerpo. No estaba seguro de si era el cansancio o el frío, pero juraría que algo, o alguien, lo estaba observando desde la distancia.
“¿Quién anda ahí?”, preguntó en voz alta su voz rompiendo el silencio. Pero no hubo respuesta, solo el sonido del viento y el crujir de la nieve bajo sus botas mientras retrocedía hacia casa. Esa noche, mientras intentaba hallar el consuelo del sueño, un pensamiento persistente lo asediaba: tal vez, solo tal vez, no estaba tan solo como había creído.
¿Qué pasará después?
Jaime se acuesta esa noche sin imaginar que algo extraordinario está a punto de ocurrir. Pero la Navidad tiene una manera especial de enseñarnos lecciones importantes…
Mañana podrás leer el capítulo 2 y descubrirás quién visita a Jaime en la noche más inesperada.
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